¿Conocéis los bosques que cubren las decenas de kilómetros de los montes de la zona? No pinares o de eucaliptos, no. Esos son más recientes, más modernos. Me refiero a otro tipo de bosques, los hayedos y los robledales dominan el bosque primitivo autóctono. Allí no es raro encontrar abedules blanquecinos que se mezclan con algún aliso y fresno. Estos bosques son la residencia del gigante Basajaun. Viaja con su pareja, Basandere, para mantener lejos a los lobos y cuidar los rebaños.
¡Basojaunn! ¡Ya vienen los lobos!… Ya vienen los lobos!
¡Basajaunn! ¡Cuida el rebaño! ¡Ya vienen los lobos!
LEYENDA
En la comarca montañosa de Sara vivió hace unos cuantos quinquenios un joven llamado San Martiniko. Era inteligente y rápido y gracias a varios trucos consiguió aprender algunas de las técnicas de los gigantes Basajaun que habitaban allí. Esto ayudó al hombre a mejorar su calidad de vida. El joven vivía en un molino y a través de su trabajo ganaba dinero que le permitía sobrevivir. Por el contrario, tenía un problema de difícil solución: el eje de su molino era de roble y se quemaba rápidamente por la fricción, perdiendo continuamente todo el trabajo realizado. Unas malas lenguas dicen que tardaba más en resolver el problema que en enterrar, y por eso a San Martiniko en vez de llamar “molinero” le llamaban “reparador”, pero eso es otra historia. Por el contrario, se sabía que los ejes de los molinos de Basajaun eran mucho más duraderos y no había necesidad de sustituirlos en periodos quinquenales.
– ¿Cómo aprender de ellos a construir ejes?- pensaba cada mañana San Martiniko sin encontrar respuestas.
Pero un día se le ocurrió intentar con una artimaña: envió un mensajero al bosque de Basajaun para que difundiera que su molino funcionaba sin interrupciones. Y eso es lo que hizo el mensajero. Gritando a los cuatro vientos, el molinero recorrió el bosque sin descanso hasta que un gigantesco Basajaun se puso delante de él y le contesta:
– “Eso significa que le ha puesto un eje de aliso cortado en la luna menguante de febrero”. Esto es lo que le respondió el peludo gigante sin darse cuenta de que con sus palabras estaba revelando un secreto guardado con mucha responsabilidad y desde hacía mucho tiempo por su raza.
Y el mensajero le respondió: -“No, no lo ha puesto, pero lo pondrá”.
Y así los humanos descubrieron el secreto de cómo hacer el eje del molino.
Texto escrito por Aritza Bergara Alustiza