Sí, los conozco. Existen seres gigantes y diminutos. Pero no los encontrarás por las avenidas de los pueblos. Los Galtzagorris en bares malos y oscuros, en cafeterías con escaparates sucios, en pequeños agujeros de los troncos de los árboles. Así, se mantienen fuera de nuestra perspectiva. Son criaturas traviesas y juguetonas que viven en grupos con la intención de ayudar.
O quizás creen que sólo hay duendes en la memoria de otros territorios.
Su principal característica son los pantalones rojos, aunque su nombre cambia de un sitio a otro: “Familiarrak, Prakagorriak, Bestemutilak…” Son tan pequeños que dentro de un alfiletero se pueden llevar 4 o 5 Galtzagorris.
Existen diferentes formas de obtener unos Galtzagorris: En la noche del solsticio de verano, en algunas zonas especiales, se deja abierto el alfiletero y al despertarse se quedaban atrapados. O se podían comprar en el mercado de Baiona a cambio de una onza de oro. Hoy en día, por desgracia, no quedan vendedores de este tipo.
¿Qué debemos hacer? ¿Qué necesitas que hagamos? Solo nos tienes que pedir lo que quieras que hagamos.
LEYENDA
Contaban que en Kortezubi, un hombre compró un grupo de Galtzagorris a cambio de una onza de oro en el lejano mercado de Baiona para que le ayudaran en sus trabajos . Llegado el momento, cuando abrió el alfiletero utilizado para transportar a los Galtzagorris, los duendes pequeños salieron rápidamente y comenzaron a dar vueltas, volando alrededor de la cabeza del dueño y preguntando continuamente qué quería que le hicieran. Éste les encargó el trabajo y al cabo de unos segundos lo hicieron perfectamente. El hombre les encargó entonces otro trabajo, que también lo hicieron rápidamente. Después de un tercer trabajo que se llevó a cabo inmediatamente, el hombre ya no sabía qué más mandarles, por lo que para que dejaran de dar vueltas a su alrededor, les ordenó que trajeran agua del río, para lo cual tenían que utilizar un tamiz. Es cierto que los Galtzagorris lo intentaron, pero no pudieron llevar a cabo el trabajo porque el agua se salía por los agujeros. Finalmente, decidieron ir a descansar al alfiletero.
Texto escrito por Aritza Bergara Alustiza