LAMIAK


En los remansos del río más alejados de las aguas cristalinas viven los seres con cuerpo femenino. Dependiendo del lugar, las piernas son similares a los patos o cabras. Son lamias que con una sola mirada y su belleza pueden atraer el corazón de cualquier hombre.

LEYENDA

En una ocasión, unas lamias que vivían en Laminazul, en la región de Isturitz, se dirigieron a la puerta del caserío de los Uriarte para solicitar los servicios de Martzela Urrunetxea. Martzela era una matrona de reconocido prestigio que vivía allí. Sin necesidad de pensarlo dos veces, cogió una bolsa con los utensilios necesarios y se fue hasta una cueva oculta. Allí vivían las lamias, llenando con éxito su trabajo. Se limpiaron en un arroyo cercano y viendo la hora que era, las lamias invitaron a la matrona a comer con ellas antes de iniciar el camino de vuelta. Así, se comieron alimentos sabrosos y poco habituales para la época. Por el contrario, si hubo algo que atrajo la atención de Martzela, el pan blanco de las lamias. Era sabroso y por eso, cogió un trozo sin que las lamias se diesen cuenta. Guardó ese trozo en el bolsillo para llevarlo a casa y que sus familiares pudiesen probarlo. Una vez terminada la comida, comenzaron el camino, pero antes las lamias le dieron como agradecimiento una rueca y un huso de oro. Sin embargo, cuando Martzela intentó levantarse vio que era imposible.

– “Eso es porque has cogido algo que no es tuyo”-, respondió una lamia.

Y la joven matrona, avergonzada, confesó que había guardado un trozo de pan que fue devuelto inmediatamente. Entonces, pudo levantarse y emprender el camino de vuelta. Las lamias le ayudaron a recorrer parte del camino hasta la zona que se le hacia más conocida. Allí se despidieron y en ese momento las lamias pidieron a la matrona que no mirara atrás en el camino para mantener en secreto su residencia. Y eso es precisamente lo que hizo Martzela hasta que estuvo en el pórtico del caserío. Allí, cuando un pie atravesaba el dintel de la casa, giró la cabeza sin darse cuenta de que con ello se estaba vulnerando lo solicitado por las lamias. En ese momento, sus riquezas se redujeron a la mitad, ya que la rueca se convirtió en madera. Eso sí, el huso siguió siendo de oro.

Texto escrito por Aritza Bergara Alustiza

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